enero 06, 2016

Recordando: Intercambio de Regalos

Una de las trinches frases más temidas durante mi niñez era aquella que te agarraba completamente desprevenido, y que resonaba al son de "vamos a organizar un intercambio". Esas palabras producían en mí una aversión tal que no podía mas que soltar un enmudecido "no chinguen!!" a la par que buscaba con la mirada al pendej@ que se le había ocurrido abrir el hocico para proponer esa idea. Y ya ni decir cuando la idea provenía de una profesora ya que en ese caso uno sabia de antemano que la participación era a la de a wevo.

La razón principal de odiar tal acto era que mi ser siempre ha sido antisocial. Eso, aunado a alguna primer experiencia donde uno aprende que la mayoría de las veces un intercambio obedece a cierta regla que dicta: "regalas algo chido y a ti en cambio te dan una cosa random-mierder".

En secundaria me ocurrió presenciar justamente todo lo malo, aunque por suerte esa vez yo salí bien librado: Intercambio organizado por las profesoras, te dicen el tope mínimo de dineros a gastar en su pendejada de idea, el día en que se haría y por último el sacar el papelito con el nombre de la persona a quien te toca regalarle. Como a mí me tocó darle a un wey al que ni sabía que estaba en esa pinche clase, opté por comprar lo primero que me llamara la atención así que en el mercado de los viernes adquirí un muy bonito set de ajedrez en maletin-tablero. Lo compré porque me gustó, era algo que me hubiera gustado para mí y ni pensar en los pinches gustos de aquel wey de dientes verdes (aún no sé porque chingados los tenía de ese color).

Total, se llegó el día del intercambio y ahora recuerdo que era en alguno de los últimos días de escuela y por tal en lugar de hacer clase normal estabamos haciendo un tipo convivencia y comíamos y bebiamos y había un cierto grado de relajo. Sentada junto a mí había una niña que no había comprado nada y conforme pasaban los minutos decidió hacer algo para no quedar mal; su pinche solución fué coger todos sus colores y rotuladores y envolverlos en un cacho de periódico que encontró, ponerle un chingo de cinta transparente y meterlos en una bolsa de plástico... todo para hacer solo la pantalla de que estaba regalando algo. Aún recuerdo las palabras de advertencia que le dijo al pobre wey que le entregaba ese paquete "No lo abras aquí por favor, esperate a luego". Tras presenciar aquello, los 4 weyes que nos juntabamos habitualmente en esa clase nos echamos a reír hasta casi mearnos encima y fué el punto de partida para hacer de nuestro divertimento el reirnos de las pendejadas que estuvieramos a punto de recibir, y así fué, no hacíamos más que reirnos y burlarnos y pendejearnos entre nosotros 4 cuando veíamos que regalabamos algo mejor de lo que nos daban y sin querer (lo juro) tales actos se vieron reflejados en un wey al cual le entregaban una caja grande lo que hizo que su rostro se iluminara e ilusionara (cabe decir que era bastante infantil para su edad), se fué a sentar a su lugar y tras abrir la caja comenzó a sacar un montón de papeles de colores, demasiados diría yo, hasta que por fin en el fondo encontró lo que le habían regalado: dos pinches figuritas de porcelana..... más concretamente, dos pinches burros de porcelana todos culeros y muy parecidos (o los mismos) a unos que tenía una de mis tías en su casa. 
Oooohhh Señor, ¡¡¡cómo nos reimos con aquella escena!!!! reimos como malditos desquiciados al ver esos pinches burros de porcelana, feos como una blasfemia, de color blanco con salpicones de color rosa, amarillo y azul pastel. Reiamos a carcajadas, era inevitable pues ya veníamos acarreando ese humor de burla entre nosotros; aquella visión de 2 pinches burros salidos de una caja donde hubieran cabido como 40 iguales era algo que superaba lo absurdo y reimos a placer, a carcajadas, reimos hasta el hartamiento, hasta la saciedad, reimos de tal manera que tuvo que acercarse la profesora a decirnos que no chingaramos, que nos contuvieramos porque ese wey se veía afectado y pues.... tenía razón, el pobre caón estaba en lágrimas y nunca supe a ciencia cierta si fué debido a nuestras risas o por el pinche regalo feo que le habían hecho.

Y por eso no me gustan los intercambios con gente extraña con la que no convivo. Aquel día salí bien parado en comparación (me dieron una camiseta de bart simpson) y yo entregué el maletín de ajedrez a un wey de dientes verdes que no hizo más que poner cara de "vaya mierda de regalo". Años más tarde aprendí una valiosa lección de un wey al que le habían regalado una pinche motito de juguete, no una figura de colección o de modelaje, no, una pinche motito de juguete jejeje.... me dijo: "Los mejores regalos son lo que se usan... a ver, que hago yo ahora con esta chingadera?", osea, es mejor dar cosas que puedan ser usadas y no alguna pendejada meramente ornamental.

La moraleja es la siguiente.... Ex nei en el uclead nei, etnico ei; o lo que es lo mismo: no participar en intercambios ya que te puedes gastar dinero a lo pendejo para recibir a cambio unos pinches burros de porcelana :P.

1 comentario:

  1. Definitivo esa historia muchos la vivimos de alguna u otra forma, simplemente el hecho de recibir basura por algo bueno es meramente desalentador y estresante. En mi caso tal evento era por mi evitado de una manera sutil: faltar a la escuela ese día.

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